Saturnino Bochorno (2)

Imagino a la audición de los programas de radio de mi hermano como seres completamente amorfos, híbridos que no responden a un parámetro en particular. No puede entenderse de otra manera la manipulación de mi hermano hacia ellos. Les hace creer que él es el arquetipo de periodista perfecto, y ellos se lo creen. Para ellos no hay otro igual. El canalla se sale con la suya. Los oyentes de mi hermano no escuchan otra cosa que no sea mi hermano. Los oyentes de mi hermano son tan mediocres que no salen de ese encasillamiento tan obtuso, rancio, retrogrado, creen que él es el mejor y él vive para hacerles creer eso. Lo logra, tan solo porque el nivel cultural/intelectual aquí en Denuedo es, digamos, miserable. Si esto sucediera en otra ciudad tan solo un poco más lucida la cosa sería diferente, si mi hermano viviera en la capital no existiría, o sería uno más. Sucede solo acá en Denuedo, dantesca urbe con nulas aspiraciones de progreso. Me tomé el trabajo de llevar adelante una investigación que consistió en efectuar un sondeo en otras ciudades similares a Denuedo y con las mismas características en referencia a comunicación. En ninguna, de las casi cincuenta en las que trabajé, aparece un caso similar, no hay otro ejemplo en que un individuo tenga a casi todo el pueblo bajo sus garras publicitarias/informativas. Tal vez haya algún medio en particular, una especie de monopolio, alguna empresa que actúe como tal, pero no una sola persona. Es increíble. Habrán notado hasta donde llega la obstinación con mi hermano, estarán pensando que soy un resentido, que mi envidia no me deja vivir y que solo vivo en función de él. Puede ser. Pero todavía no destapo toda mi furia, esto recién comienza. La historia de Saturnino Bochorno, mi hermano, tiene mucho más por desasnar. Y les juro, con el correr de las páginas ustedes también terminarán odiándolo, sobre todo cuando comiencen a sentirse lentamente, en silencio, uno de ellos. Digo, ellos, sus oyentes.